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lunes, 21 de diciembre de 2009

La Balada del Caballo Blanco

Dedicatoria

De grandes miembros idos al caos
Una gran cara se torno a la noche
Por qué inclinarte ante una mortaja sin forma
Buscando en tan arcaica nube
Señal de fuertes señores y luz

Donde siete Ingleses hundidos
Descansan enterrados uno por uno
¿Por qué un holgazán debiera cavar, me pregunto.
Sacudir el polvo de vasallos como el trueno
Para fumar y ahogar el sol?

En nube de arcilla duda el cielo
¿Qué forma debiera el hombre percibir?
Estos señores podrían iluminar el misterio
De maestría y victoria
Y esto cabalgar alto en la historia
Pero esto no debería volver

Apuñalado en el estandarte de Gonfalón
El dragón de Oro muere:
Nosotros no debemos despertar con cuerdas de baladas
El buen tiempo de las pequeñas cosas
Nosotros no debemos ver a los sagrados caballeros
Cabalgar bajando por el lado de Severn

Rígido, extraño y excéntricamente pintado
Como el bordado de Bayenx
La Inglaterra de ese amanecer perdura
Y esto de Alfredo y de Danés
Parece como un cuento que toda una tribu finge
Demasiado Ingles para ser verdad

De un buen rey en una isla
Que gobernó una vez en un tiempo;
Y cuando el camino por un manzano
Allí vinieron verdes demonios fuera del agua
Con plantas marinas siguiéndolos pesadamente
Y huellas de baba de ópalo

Todavía Alfredo no es cuanto de hadas
Sus días como nuestros días corren,
El también miro sucesivamente por una hora
A populosas llanuras y cielos que bajan
De esas pocas ventanas en la torre
Que es la cabeza de un hombre

Pero quién deberá vigilar el capirote de Alfredo
O respirara su vivo aliento
Su centuria como una pequeña nube oscura
Vaga lejos; es una corona sin ojos
Donde las torturadas trompetas gritan en voz alta
Y las demás flechas impulsan

Dana, por una ley sola
Miramos desde los ojos de Alfredo,
Sabemos que el vio a través del naufragio de la destrucción
El signo que cuelga cerca de tu cuello
Donde Uno más que Melquisedec
Esta muerto y nunca muere

Por eso Yo trigo estas rimas a ti
Quien trajo la cruz a mí,
Desde que flameas sin bandera
Vi el signo que Guthrum vio
Cuando el dejo quebrarse su barco de pavor
Y dejo paz en le mar

Te acuerdas cuando fuimos
Bajo una luna dragón,
Y media teñida noche volcánica
Caminamos a donde ellos pelearon su lucha desconocida
Y vio negros árboles en la altitud de la batalla
Negra espina en Ethandune?
Y yo pensé “Yo me iré contigo,
Como el hombre con Dios se fue,
Y vagare con una vaga estrella
El vago corazón de esto que es,
La incandescente cruz del amor y la guerra
Que como tu mismo, sigue adelante”

Anda tu más allá; donde estas
Deberá el honor y la risa estar
Pasando el púrpura bosque y espuma color perla


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Este poema fue el primer escrito que traduje de Chesterton, no es una buena traducción, de hecho, debe ser pésima, pero algo es algo.
Si tienes este libro en castellano, ruego te comuniques conmigo, te lo agradecería

Espero en un futuro proximo traducir algo más de esto, claro que es el poema más largo que conozco, y esta escrito en Inglés, de 1911, algo complicado

--

Una mejor traducción por José Antonio Hernández García:

DEDICATORIA


Una gran faz volteó la noche–
provista de una gran enramada que arrojó al caos,
¿Por qué doblar una mortaja informe
para buscar la nube arcaica,
luz y visión de fuertes caballeros?

¿Dónde, hundidas, las siete inglaterras
yacen sepultas una sobre otra?
¿Por qué una espada ociosa, me pregunto,
agita el polvo como trueno
para hacer humo y sofocar al sol?

¿Qué forma puede discernir el hombre
de la nube de arcilla arrojada al cielo?
Estos señores iluminar pueden el misterio
del dominio o la victoria,
y cabalgarán en lo alto de la historia,
pero no retornarán.

Hundidos los colmillos en el gonfalón normando
murió el Dragón Dorado:
no nos despertaremos con una balada de cuerdas,
tiempo apropiado para las cosas pequeñas,
ni a los reyes santos veremos
cuesta abajo por la ladera de Severn.

Yerto, extraño y extravagantemente pintado
como el corpacho de Bayeux
se mantiene el alba de Inglaterra,
mientras Alfredo y los daneses
parecen cuentos que fingen la tribu entera;
algo muy inglés para ser verdadero.

Desde que alguna vez
un buen rey en una isla gobernó;
cuando caminó por un árbol de manzana
salieron del mar verdes demonios
y arrastraban pesadas plantas marinas
que iban dejando huellas de limo opalino.

Alfredo todavía no es cuento de hadas;
sus días corren como los nuestros,
en que también buscaba la siguiente hora
en llanuras con gente y cielos bajos,
desde las pocas ventanas de la torre,
o sea, desde la cabeza del hombre.

¿Pero quién mirará desde la capucha de Alfredo
o respirará su aliento vivo?
Su siglo, como pequeña nube oscura
que lejos deambula a la deriva,
muchedumbre sin ojo,
en que fuerte claman las trompetas lastimeras
y surcan densas flechas.

Señora, por una sola luz
vemos desde los ojos de Alfredo,
sabemos que vio a través de la destrucción
el signo que pende de su cuello,
donde Alguien más que Melquisedec
muerto está y nunca muere.

Por lo que traigo estas rimas
a quien me trajo la cruz,
pues en usted arde la flama infalible
y vi el signo que Guthrum percibió
cuando dejó reposar a sus naves
el temor,
y puso la mar en paz.

¿Recuerda cuando estuvimos
bajo una luna dragón,
y caminamos entre volcánicos tintes de la noche
por donde se libró la batalla desconocida
y vimos árboles negros en la cima de la batalla,
el espino negro sobre Ethandune?

Y pensé, “iré contigo,
como el hombre ha ido con Dios,
y discurre con una estrella errante,
errabundo corazón de las cosas que son,
cruz ardiente de amor y guerra
que, como tú, su camino sigue”.

Por delante, donde tú estás
estarán el honor y la risa,
bosques antaño purpurados y espuma perlada,
pabellón alado de Dios libre para errar;
su rostro, una casa errante,
casa volante para mí.

Cabalga a través de silentes tierras cataclísmicas,
anchurosas como la desolación,
atravesando estos días que como desiertos son,
cuando el orgullo y el escozor de una pequeña pluma
han secado y abierto los corazones de los hombres;
corazón de héroes, ¡cabalgad!

Cuesta arriba, a través de una casa vacía de estrellas,
que es el corazón que eres,
hacia el escarpado espacio inhumano
como se sube en la escala de la gracia,
llevando la luz del fuego en tu rostro
más allá de la estrella solitaria.

Toma estos versos, en recuerdo de la hora
en que nos desviamos del camino a casa
y oteamos las aldeas humeantes, raras
con el rey y el santo de las tierras del Oeste,
y vimos desfallecer la gloria occidental
cuan largo es el camino a Roma.

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